Más de 80 años. La rotisería creada por un inmigrante español que se mantiene intacta y ofrece sabores de antes Por Rodolfo Reich
Un templo. Un viaje en el tiempo. Un homenaje. Una férrea defensa de la tradición culinaria. Todo esto, y más, es La Castellana, histórica rotisería ubicada sobre la avenida Federico Lacroze, en los límites del barrio de Belgrano. Un lugar que despliega sobre los mostradores el gran recetario de la cocina porteña, la de siempre, la que todos aman, sin dejar nada afuera. La lista es generosa, con nombres que hacen agua la boca: lengua a la vinagreta, matambre con ensalada rusa, arrollado de pollo, tallarines con estofado, filet de pescado con puré de calabaza, pionono de ananá, jamón y palmitos, tarta de choclo, de cebolla o de calabaza, canelones de ricota y nuez, rabas fritas, pescado en escabeche, sándwiches de milanesa, choripanes, milanesa napolitana, buñuelos de acelga, zapallitos rellenos, pan de carne con puré, suprema Maryland, guiso de lentejas, mondongo, ternerita, risotto, paella a la valenciana, locro, polenta con albóndigas, tortilla de papa, tortilla española, infinitos pollos al spiedo, pastas recién amasadas, pastel de papa, y la lista sigue, sigue, sigue. “Mi papá siempre quería seguir sumando platos, aunque nosotros le decíamos que algunos no eran rentables, que no se podían costear. Pero cada vez que venía un cliente con un pedido especial, él insistía y se ponía a buscar la receta”, cuenta Fernando Lavandeira, propietario junto a su hermano de La Castellana.